Este viernes 23, en una reunión de la Organización de las Naciones Unidas, Mahmoud Abbas, presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), pedirá el reconocimiento del Estado palestino, y, por lo tanto, una banca en la Asamblea General de la ONU.
Esto ha desatado un tormenta político-diplomática. El gran hipócrita Obama ha debido sacarse la careta de “amigo de los palestinos y los pueblos árabes”, rechazando una medida que sería lógica dentro de la “solución” que supuestamente promueve EEUU para la cuestión palestina: la “solución de los dos estados”.
Para colmo, el frente único imperialista de EEUU, la Unión Europea y Japón (al que se suman frecuentemente Rusia y China) aparece inicialmente dividido al respecto. Los gobiernos de Francia e incluso de Gran Bretaña vacilan sobre el curso a tomar. Es que un voto en contra junto con Washington, sería muy dañino para la política hacia las rebeliones árabes que inauguraron con la intervención en Libia: la de presentarse como adalides de la “democracia” y los “derechos humanos”. Votar contra el reconocimiento, los dejaría al desnudo.
Para el gobierno Netanyahu-Lieberman del Estado racista de Israel, la votación por el Estado Palestino sería un duro golpe diplomático. Además afectaría indirectamente la legitimidad del enclave colonial llamado Israel, basado en la “limpieza étnica” y el genocidio del pueblo palestino.
Por esos motivos –y sin depositar la menor confianza en Mahmoud Abbas y la ANP, ni menos todavía en la cueva de bandidos que es la ONU– apoyamos el derecho al reconocimiento del Estado Palestino como miembro pleno de la Organización de las Naciones Unidas.
Las rebeliones del mundo árabe golpean a la puerta de la ANP
La iniciativa de la ANP aparece como algo sorprendente, casi milagroso, conociendo la larga trayectoria delacayos de Israel y el imperialismo que tienen tanto Mahmoud Abbas como su organización política, Al Fatah, y la ANP.
Esto de sirvientes de Israel y el imperialismo no es una metáfora, sino algo contante y sonante: anualmente, la ANP recibe de Israel subsidios por 1.000 millones de dólares que se suman a otros 1.500 millones que les suministran diversos “donantes”, países imperialistas, estados árabes, etc.[1] Por eso, la primera amenaza de Israel y EEUU es cortar esas subvenciones.
No es difícil explicar este milagro político: la súbita “radicalización” de Mahmoud Abbas y la ANP. Obedece, ante todo, al extraordinario cambio de la situación regional que se inicia este año y que afecta también a Palestina.
La inmensa rebelión de masas llamada “Primavera Árabe” ha repercutido de una u otra manera en todos los pueblos y países de la región. Palestina no ha sido una excepción.
Como primera medida preventiva ante la nueva situación, la ANP, que controla los guetos de Cisjordania, y Hamas, que manda en la Franja de Gaza, firmaron un acuerdo para revertir progresivamente una escisión que sólo beneficia a Israel y al imperialismo. Pero el “plato fuerte” llega ahora: el pedido de reconocimiento en la ONU.
Asimismo, las rebeliones de la Primavera Árabe se combinan con otros cambios mundiales y regionales no menos importantes. Y ellos también son desfavorables, en distintas formas y grados, a Israel.
Hay una crisis económica mundial que golpea principalmente a los imperialismos yanqui y europeos, que han sido los soportes sin los cuales el Estado colonial-racista no podría sostenerse. Esta crisis agrava un proceso que venía de antes: el debilitamiento geopolítico de Estados Unidos –el “Gran Padrino” de Israel–. También, por primera vez en su historia, hay una crisis del consenso social al interior del Estado sionista, que se expresa en el movimiento de los Indignados.
En ese contexto mundial y regional y, donde las rebeliones populares dan la nota principal, Israel ha perdido sus dos principales aliados regionales: Egipto y Turquía.
En el primero de esos países, el proceso iniciado en enero registra una nueva oleada de luchas, que van desde huelgas obreras hasta movilizaciones antiimperialistas como la toma de la Embajada de Israel.
Turquía –ex aliado incondicional de Israel desde 1949– ahora encabeza una campaña pro-palestina. Su actual primer ministro, Recep Erdogan, trata así de erigirse en referente de los pueblos árabes e islámicos de la región.
El Estado racista no da concesiones
El reverso de esta situación, es el hecho de que Israel no da la menor concesión a la ANP. No le ha arrojado ni un hueso que le permita justificarse ante las masas palestinas. Y ahora esto hace crisis, por el cambio profundo de la situación regional e internacional.
Es que el “programa” del estado sionista en relación al pueblo palestino lo definió con toda franqueza su canciller, Avigdor Lieberman: arrojar una bomba atómica sobre Gaza y expulsar fuera de Palestina a la población de Cisjordania.[2]
El Estado de Israel es un enclave colonial, cuya “lógica”, antes y después de su fundación, es elexterminio y/o desplazamiento de la población nativa. En ese contexto, desde la firma de los Acuerdos de Oslo de 1993 entre Israel y la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), durante 18 años se ha prolongado, con intermitencias, la farsa de las “negociaciones” para lograr la “solución de dos estados”, el de Israel y el de un Estado Palestino... Y por supuesto Israel se ha negado siempre a un acuerdo, incluso en las condiciones más leoninas.
Mientras tanto, los ocupantes han ido desplazando a los palestinos a punta de fusil, destruyendo sus viviendas y arrasando sus campos, para finalmente encerrarlos tras largos muros de cemento en un puñado de guetos o “bantustanes”,[3] en Cisjordania y la Franja de Gaza, sin conexión entre sí. En las tierras arrebatadas a los palestinos, han instalado colonos que se reclutan entre los sectores ultra-religiosos y racistas más fanáticos, que gozan de total impunidad para maltratar y asesinar palestinos.
Sobre ese puñado de guetos ya no puede hablarse en serio de erigir un “estado”. Por otra parte, en el mejor de los casos, si las fronteras se fijasen a partir de los límites anteriores a la guerra de 1967, como reclama la ANP, el nuevo “Estado Palestino” nacería “minado” por los asentamientos de colonos.
Por supuesto siempre es posible montar un simulacro colonial: a un bantustán se le puede cambiar el nombre y llamarlo “estado”. Pero incluso esta versión mínima de la “solución de dos estados” viene siendo rechazada tajantemente por Israel. Es que eso significaría fijar fronteras, poner límites, mientras que la dinámica permanente de la colonización sionista –como la de cualquier otra colonización– es seguir adelante, hastaconsumar la “limpieza étnica” de todo el territorio, por la combinación de exterminio y desplazamiento.
Eso es lo que proclaman francamente Netanyahu y Lieberman y lo que tartamudean hipócritamente los políticos sionistas más “a la izquierda”, como Tzipi Livni.
Por un estado único, laico, democrático, no racista y socialista
Apoyamos decididamente el derecho de exigir en la ONU el reconocimiento del Estado palestino. Denunciamos la repugnante hipocresía de los gobiernos imperialistas, como el de Obama, que desde hace años predican el sermón de la “solución de los dos estados”... y ahora, cuando se intenta un mínimo paso en ese sentido, se oponen rabiosamente.
Pero también, al mismo tiempo, tenemos el deber de decir la verdad, tanto a los luchadores palestinos y árabes, como a los trabajadores y jóvenes israelíes que en estos momentos están expresando su justificado descontento en las calles. Mantener el Estado de Israel tal cual es, con el único cambio de poner el nombre de “Estado” a los dispersos guetos palestinos, es cambiar todo... para que todo siga esencialmente igual.
Pero también, al mismo tiempo, tenemos el deber de decir la verdad, tanto a los luchadores palestinos y árabes, como a los trabajadores y jóvenes israelíes que en estos momentos están expresando su justificado descontento en las calles. Mantener el Estado de Israel tal cual es, con el único cambio de poner el nombre de “Estado” a los dispersos guetos palestinos, es cambiar todo... para que todo siga esencialmente igual.
La única solución de fondo es el establecimiento de un estado único en toda Palestina, un nuevo estado que no sea judío ni islámico, sino laico y democrático, donde todos sus ciudadanos –judíos, árabes o de cualquier otra etnia o religión– sean iguales y tengan los mismos derechos. Un nuevo estado sin explotadores ni explotados; es decir, socialista. Un nuevo estado, por último, que sea parte de una federación de repúblicas socialistas de Medio Oriente.
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