Los que apoyamos la digna y justa causa palestina desde el exterior formamos parte de un movimiento internacional. Un movimiento tiene la característica de ser una organización de personas que se agrupan en torno a una idea e iniciativa en particular (o conjunto de ellas) y que evidentemente representa a amplios y diversos sectores de la sociedad en su espectro ideológico. Lo que significa que podemos tener una pluralidad de opiniones y posiciones políticas respecto a otros temas en algunos casos hasta opuestas. Los movimientos tienen la particularidad, para bien o para mal, de ser muy plurales, populares y al mismo tiempo son como un péndulo que va desde la izquierda a la derecha del pensamiento político.
Dentro de este contexto hemos advertido de un tiempo a esta parte que existen varios sectores. Hoy se me antoja hablar de uno de ellos: el compuesto por las brigadas de activistas internacionales que a menudo viajan a Cisjordania a manifestarse junto a los palestinos bajo el método, siempre loable, de la resistencia pacífica. Somos conscientes de que algunos de estos activistas internacionales en ocasiones elevan sus quejas porque ciertas manifestaciones terminan en episodios de violencia por parte de los soldados israelíes originada como respuesta a aisladas intifadas en manos de algunos jóvenes palestinos. Muy a menudo alegan que no es esa la forma eficiente de lucha y resistencia, que nada se logrará de ese modo más que seguir perpetuando la violencia por parte del Estado de Israel. Que ese no es el método adecuado y correcto. Algunos incluso llegan a lamentar haber participado de esas manifestaciones que definen sin ningún rubor como violentas.
Es en este punto que debemos hacer una serie de matizaciones cuando no reflexiones a fin de comprender el conflicto en su real magnitud.
Lo primero que debemos decir es que los palestinos tienen el derecho inalienable de resistir con los métodos que crean más convenientes para su liberación. Un movimiento de liberación que padece semejante opresión, limpieza étnica, genocidio, colonialismo, racismo y apartheid, debe encontrar en las profundidades de su pueblo los medios a su alcance en aras de una legítima resistencia. En este sentido es preciso comprender que estamos ante un pueblo que sufre una tragedia desde hace más de 62 años con un nivel de violencia e impunidad por parte del Estado de Israel sin precedente en la Historia contemporánea.
En segundo lugar debemos comprender que muchos de esos jóvenes están ilesos en la carne pero rotos en la vida. Muchos perdieron a sus padres, sus hermanos, sus vecinos, sus amigos…todo. Es del todo comprensible que muchos de esos jóvenes sientan impotencia, furia, odio y bronca contenida. ¿Con qué derecho les decimos que no tiren piedras? ¿Desde qué lugar se lo decimos, desde nuestra regia vida occidental que goza de una paz que ellos no conocen desde hace 62 años? ¿Acaso las cosas no están lo suficientemente mal con y sin piedras? ¿Podemos esperar que acciones totalmente pacíficas tengan algún resultado a corto y mediano plazo frente al único país que goza de una impunidad en materia de derechos humanos sin precedente histórico contemporáneo?
En tercer lugar debemos entender que la causa palestina necesita de nuestro apoyo y la presión hacia las autoridades políticas que nos representan en nuestros países, no nuestra imposición en las maneras de llevar a cabo su liberación o en las formas de gobierno que mejor nos parezcan a nosotros según nuestros parámetros occidental-europeos.
Es una habitual actitud de la mentalidad colonialista decirle al colonizado cómo debe vivir, cómo debe comportarse y hasta cómo debe resistir (y últimamente cómo deberá gobernarse). Mientras el colonizador hace y deshace a su real antojo con los métodos que más le convienen, al mismo tiempo le impone al colonizado una manera de ser según sus propios parámetros so pena de deshumanizarlo, estigmatizarlo y/o criminalizarlo, cuando no definirlo como terrorista. Así sucedió en Argelia mientras la bota del colonizador francés se abría paso en tierras de Abdel Khader hasta que el pueblo unido y en armas, ejerciendo una pequeña parte de la violencia recibida durante más de 130 años se liberaba definitivamente y expulsaba a los colonos franceses del norte de África.
Es importante que entendamos cuál es nuestro papel en este conflicto. Nunca el mismo debe ser el de imponer o decirle al oprimido que resiste cómo debe comportarse y cómo debe luchar.
En todo caso, será luchando junto a ellos que se podrán abrir caminos de confianza y hermandad capaces de redirigir luchas en función de la mayor o menor efectividad.
Pero siempre, siempre desde el apoyo incondicional hacia un movimiento de liberación. Tenemos el deber de empezar a dejar de ser eurocéntricos y comprender en profundidad con altas dosis de empatía el contexto social, cultural e histórico en el que nos movemos.
Y no nos vendría nada mal, ya puestos, releer un poco más a Franz Fanon.
Fernando Casares.
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