Convertidos en parias en su propia tierra, los palestinos se niegan a ser víctimas sin resistencia del etnocidio y el genocidio que, desde antes de su constitución formal en 1948, emprendiera el Estado racista de Israel en su contra, ante una comunidad internacional que se muestra indiferente por su suerte y es incapaz de hacer algo realmente efectivo e inmediato para detener tales acciones, las cuales -por cierto- caben perfectamente en la categoría de terrorismo de Estado y crímenes de guerra.
Tal tragedia palestina apenas si ha merecido alguna que otra reseña periodística destacada, la más de las veces según las versiones oficiales del gobierno israelita, en donde resultan invertidos los roles, siendo presentados los palestinos como unos bárbaros aficionados a la muerte y a la violencia irracional, producto del fanatismo religioso que los hace odiar la cultura occidental, mientras los sionistas se presentan a sí mismos como paradigma de la civilización en Oriente Medio, guiados por un propósito moral indiscutible.
Esto explica la discriminación silenciosa y no admitida oficialmente respecto a los árabes, asunto que se ve reforzado con la imagen estereotipada creada interesadamente por el cine estadounidense, la cual ha terminado por alojarse en la mente de muchas personas desinformadas y manipuladas por las grandes empresas oligopólicas y transnacionales de la comunicación, muchas de las cuales son regentadas generalmente por gringos y europeos que respaldan, a su vez, política y económicamente al Estado guerrerista de Israel.
Con todo esto a su favor, Israel se ha permitido acciones terroristas atroces e injustificadas que eufemísticamente llama represalias, causando al pueblo palestino sangre, sudor y lágrimas amargas, en lo que ha sido una constante demostración de la brutalidad calculada de los sionistas que no excluye el asesinato y los desalojos arbitrarios de poblaciones enteras, sólo bajo la presunción (nunca confirmada) de servir de apoyo a los grupos armados y de representación palestinos que resisten la ocupación militar israelí de sus territorios ancestrales. A ello se suman el secuestro masivo de los habitantes de estos territorios (y su posterior reubicación fuera de las fronteras “naturales” israelíes), su encarcelamiento indefinido, sin apelación ni fórmula de juicio, y actos de piratería de aviones y embarcaciones de distinto calado que, no obstante, no figuran en el extenso historial existente sobre estos hechos a nivel mundial, sin dejar de mencionar las incursiones ilegales y clandestinas en los espacios soberanos de otras naciones, constituyendo una práctica que viola el derecho internacional y las resoluciones de la ONU. En este último aspecto, vale recordar los ataques de las Fuerzas de Defensa Israelíes a Túnez, Libia, Iraq y a lo que llegaron a denominar en la década de los ochenta del siglo pasado su “zona de seguridad al sur del Líbano”; algo que sirvió de antecedente a la actual doctrina de guerra preventiva adoptada e implementada por el imperialismo gringo en su afán de preservar y ampliar su hegemonía planetaria.
Como lo refiere Noam Chomsky en su libro Piratas y emperadores, “el sistema de propaganda israelí y sus numerosos afiliados americanos (interprétese, estadounidenses) pueden quejarse amargamente que los crímenes árabes son pasados por alto, mientras que Israel está sometido a un detallado examen en busca del más mínimo defecto, dada la densidad de las informaciones”. Informaciones éstas que dejan en evidencia -en lo que significa el sistema doctrinal yanqui- una predisposición pro-israelí en la cobertura diaria de la guerra asimétrica que sostiene el sionismo contra los pobladores originarios de Palestina. En este caso, los terroristas de Estado de Washington y Tel-Aviv coinciden en un propósito común: ocultar y tergiversar sus barbaries en función del Nuevo Orden que ambicionan desde hace tiempo para Oriente Medio; todo de acuerdo a sus intereses, por lo que el imperio de la guerra seguirá siendo su línea política permanente y su principal instrumento de dominación, pese a los muchos esfuerzos en contrario que se hagan en aquella región, incluso la aceptación del Estado de Israel en tierra palestina.
Tal tragedia palestina apenas si ha merecido alguna que otra reseña periodística destacada, la más de las veces según las versiones oficiales del gobierno israelita, en donde resultan invertidos los roles, siendo presentados los palestinos como unos bárbaros aficionados a la muerte y a la violencia irracional, producto del fanatismo religioso que los hace odiar la cultura occidental, mientras los sionistas se presentan a sí mismos como paradigma de la civilización en Oriente Medio, guiados por un propósito moral indiscutible.
Esto explica la discriminación silenciosa y no admitida oficialmente respecto a los árabes, asunto que se ve reforzado con la imagen estereotipada creada interesadamente por el cine estadounidense, la cual ha terminado por alojarse en la mente de muchas personas desinformadas y manipuladas por las grandes empresas oligopólicas y transnacionales de la comunicación, muchas de las cuales son regentadas generalmente por gringos y europeos que respaldan, a su vez, política y económicamente al Estado guerrerista de Israel.
Con todo esto a su favor, Israel se ha permitido acciones terroristas atroces e injustificadas que eufemísticamente llama represalias, causando al pueblo palestino sangre, sudor y lágrimas amargas, en lo que ha sido una constante demostración de la brutalidad calculada de los sionistas que no excluye el asesinato y los desalojos arbitrarios de poblaciones enteras, sólo bajo la presunción (nunca confirmada) de servir de apoyo a los grupos armados y de representación palestinos que resisten la ocupación militar israelí de sus territorios ancestrales. A ello se suman el secuestro masivo de los habitantes de estos territorios (y su posterior reubicación fuera de las fronteras “naturales” israelíes), su encarcelamiento indefinido, sin apelación ni fórmula de juicio, y actos de piratería de aviones y embarcaciones de distinto calado que, no obstante, no figuran en el extenso historial existente sobre estos hechos a nivel mundial, sin dejar de mencionar las incursiones ilegales y clandestinas en los espacios soberanos de otras naciones, constituyendo una práctica que viola el derecho internacional y las resoluciones de la ONU. En este último aspecto, vale recordar los ataques de las Fuerzas de Defensa Israelíes a Túnez, Libia, Iraq y a lo que llegaron a denominar en la década de los ochenta del siglo pasado su “zona de seguridad al sur del Líbano”; algo que sirvió de antecedente a la actual doctrina de guerra preventiva adoptada e implementada por el imperialismo gringo en su afán de preservar y ampliar su hegemonía planetaria.
Como lo refiere Noam Chomsky en su libro Piratas y emperadores, “el sistema de propaganda israelí y sus numerosos afiliados americanos (interprétese, estadounidenses) pueden quejarse amargamente que los crímenes árabes son pasados por alto, mientras que Israel está sometido a un detallado examen en busca del más mínimo defecto, dada la densidad de las informaciones”. Informaciones éstas que dejan en evidencia -en lo que significa el sistema doctrinal yanqui- una predisposición pro-israelí en la cobertura diaria de la guerra asimétrica que sostiene el sionismo contra los pobladores originarios de Palestina. En este caso, los terroristas de Estado de Washington y Tel-Aviv coinciden en un propósito común: ocultar y tergiversar sus barbaries en función del Nuevo Orden que ambicionan desde hace tiempo para Oriente Medio; todo de acuerdo a sus intereses, por lo que el imperio de la guerra seguirá siendo su línea política permanente y su principal instrumento de dominación, pese a los muchos esfuerzos en contrario que se hagan en aquella región, incluso la aceptación del Estado de Israel en tierra palestina.
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